Leyenda Urbana: Conoce los terrores que guarda La Casona de Sabina de Villahermosa
La Casona de Sabina no es sólo una historia de fantasmas. Quien se atreve a acercarse a aquel lugar vive y enfrenta miedos nunca jamás imaginados.
Se encuentra a tan sólo cuatro kilómetros del corazón de Villahermosa, una estructura construida por ladrillos, con 18 habitaciones y deshabitada desde hace 18 años, aunque con una antigüedad de más de un siglo, casi demolida por aquellos que han creído fervientemente que algo se guarda allí celosamente y que existe en algún rincón de la casa.
¿Cómo llegar a la casona de Sabina?
Para llegar hasta ahí hay que recorrer a pie o a caballo un camino lleno de apariencias, pues aunque desde lejos se ve tranquila, los pasos de los ingenuos o curiosos que se acercan son seguidos por el aire y la mirada fija de los caballos que esperan ansiosamente al visitante.
Un pantano, un camino entre lodazales, un pozo, un puente que cruza a lo impredecible, una bellota hembra que enmarca una vista tétrica, una neblina inexplicable y aquel eco que enmudece a cualquiera, son parte del ambiente natural de la casona propiedad de Don Matías León.
Un hombre de renombre y de grandes riquezas que los vecinos decían, era alto y de buen ver, pero callado y misterioso, al que poco se le veía por aquellas tierras, a pesar de vivir ahí.
Don Genaro es nieto de don Matías León. A sus 70 años, aún narra perfectamente las historias o sucesos ocurridos en aquella casona que -asegura- continúan suscitándose, pues sólo basta acercarse a cualquier hora del día para sentir la presencia de seres extraños.
Cuenta que al pasar de noche por ahí se escuchaban estruendos espeluznantes, que provocó que poco a poco la gente se fuera alejando de ahí. “Quien tuvo la oportunidad de estar viviendo en esa casa, sabe que no se vivía en paz, las puertas se abrían y cerraban, caminaban todo el tiempo, se escuchaba por las tardes el rechinido de una mecedora y hasta un caballo negro, pasaba galopando hasta desaparecer justo a medio día”, relató.
Al correr el rumor entre la población de que ahí se registraban hechos inexplicables, don Genaro platicó que unos jóvenes sólo para curiosear, se adentraron al terreno de aquella residencia sin imaginar lo que vivirían horas más tarde.
“Eran cuatro muchachos, lo tomaron como una aventura, compraron sus botellas y se propusieron divertirse, pero al llegar y ver todo tan misterioso se arrepintieron y al momento de regresar, el camino había desaparecido, no había forma de salir de ahí. Así que uno de ellos, entre su borrachera, reflexionó y comenzó a decir parte de la Biblia, así transcurrieron algunos minutos, hasta que se percataron que de nuevo el camino estaba libre”, describió.
Aquel hombre no sólo se dedicó a describir historias, sino él mismo vivió su propia experiencia, se trataba de su hijo, quien décadas atrás, con tan sólo 7 años, se lo llevaba a trabajar a orilla del río, pero al caer la tarde lo envió a cerrar su vivienda, pero éste ya no regresó.
Lo buscó hasta tener que pedir ayuda a los vecinos, y entre todos, alguien le dijo que lo aconsejó que lo llamaran no con su nombre real, Ricardo, sino por Ignacio; fue así como apareció su vástago, dentro de la casona, la cual estaba con candados por dentro y por fuera.
El niño no habló por días, pero cuando por fin recapacitó, le dijo a su padre que cuando lo buscaban por la noche con lámparas, unas manos lo jalaban hacia adentro.
Sin embargo, eso fue hace mucho tiempo. Hace apenas cinco años, una niña desapareció, todos la buscaron y hasta las propias autoridades. Fue hasta el día siguiente que la encontraron desnuda dentro del pozo que se encuentra a escasos metros de la casona de Sabina.
Los relatos de don Genaro son interminables, pero no sólo él sabe de esos cuentos, pues hasta los incrédulos han temido pasar siquiera cerca de ahí, pues cada elemento que compone el escenario de los alrededores de esa zona han creado el temor de los lugareños, quienes viven con cuidado y respeto hacia aquella casona.
“Quien tuvo la oportunidad de estar viviendo en esa casa, sabe que no se vivía en paz, las puertas se abrían y cerraban, caminaban todo el tiempo, se escuchaba por las tardes el rechinido de una mecedora y hasta un caballo negro, pasaba galopando hasta desaparecer justo a medio.
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