En el corazón de Tabasco, entre exuberante vegetación y el murmullo de cascadas, se esconde la legendaria historia de la princesa Ixtac-ha. Un relato que ha trascendido generaciones, entretejiendo el misticismo maya con la belleza natural de la región.
Ixtac-ha, hija de un poderoso cacique, era conocida por su belleza sin igual y su bondad infinita. Su corazón pertenecía al valeroso guerrero Ocelotl, y su amor era tan puro como las aguas cristalinas de un manantial. Sin embargo, el destino tenía otros planes.
Un día, una tribu enemiga atacó la aldea de Ixtac-ha. Ocelotl, en un acto de heroísmo, partió para defender a su pueblo, prometiendo regresar a su amada. Pero la batalla fue feroz y Ocelotl no pudo regresar. Ixtac-ha, destrozada por la pena, subió a la cima de la montaña más alta y contempló el valle con lágrimas en los ojos.
Sus lágrimas, brotando como un río inagotable, se transformaron en cascadas de agua cristalina. La fuerza de su dolor esculpió la roca, creando las cascadas de Agua Blanca, un espectáculo natural que hasta el día de hoy se tiñe de la leyenda de Ixtac-ha.
Se dice que en las noches de luna llena, el espíritu de Ixtac-ha vaga entre las cascadas, buscando a su amado Ocelotl. Su canto melancólico se mezcla con el sonido del agua, un eco del amor eterno que unió a dos almas en la vida y en la leyenda.