Opinión

Todos quieren un líder fuerte… hasta que lo tienen enfrente

Todos dicen que quieren un líder fuerte.

Pero en realidad, muchos lo que quieren es alguien manejable.

Alguien que no los confronte, que no cuestione el sistema, que sea barco y los deje navegar tranquilos.

Y lo curioso es que esto no empezó en las empresas.

Empezó en la escuela.

Ahí también estaban los dos tipos de maestros.

El maestro barco: el que te dejaba entregar tarde, el que no revisaba a fondo, el que aprobaba con tal de no meterse en líos.

Y el otro, el “duro”: el que te exigía, el que te hacía pasar nervios antes de cada examen, el que no aceptaba excusas.

Yo tuve uno así.

Se llamaba Monforte, y daba Costos.

Era famoso porque en sus exámenes te ponía animalitos.

Sí, literal. Vacas y cerdos.

Y tenías que costear cada uno con base en mil variables.

Una locura.

Esa materia era aburrida para casi todos, pero con él se volvía un campo de batalla.

La noche antes del examen no dormías.

Y cuando entregabas, sentías el estómago revuelto, con la esperanza de no haber hecho alguna fórmula mal.

Recuerdo perfecto el día que me devolvió mi examen con una sonrisa apenas disimulada.

Había pasado.

Y no por suerte, sino porque por primera vez entendí.

No me regaló la calificación: me la gané.

Y ese día aprendí algo que hoy aplico como líder:

lo que más me incomodó, fue lo que más me hizo crecer.

En ese momento no lo entendía.

Lo critiqué, lo odié, juré que nunca sería como él.

Y sin darme cuenta, años después, terminé buscando en mis equipos lo mismo que él representaba: exigencia con sentido.

Por eso, cuando llega alguien firme, coherente, que pide resultados reales y no aplausos, lo tildamos de “difícil”.

Cuando no se deja manipular, lo llamamos “poco empático”.

Y cuando se atreve a decir lo que nadie más se atreve, lo etiquetamos de “incómodo”.

La verdad incómoda es que muchos no quieren líderes fuertes.

Quieren líderes convenientes.

Quieren alguien que no mueva el piso, que no les exija crecer, que no los haga cuestionarse.

Y no los culpo.

Porque ser retado duele.

Como la dieta: todos quieren verse bien, pero pocos están dispuestos a pagar el precio.

Todos quieren avanzar, pero no todos quieren dejar lo que los detiene.

El liderazgo fuerte no se trata de gritar ni de imponer miedo.

Se trata de sostener lo correcto, incluso cuando estás solo.

De defender la verdad, aunque no sea popular.

De cuidar a tu equipo sin soltar la exigencia.

Y sí, eso incomoda.

Porque crecer incomoda.

Porque ser fuerte no es complacer: es construir.

Y quien construye, inevitablemente, molesta a quienes solo quieren flotar.

Así que la próxima vez que digas que quieres un líder fuerte, piensa si estás dispuesto a soportar la incomodidad que implica tenerlo cerca.

Porque el día que dejes de incomodarte, es el mismo día que dejas de crecer.

🦄 Mario Elsner

“Te acompaño al siguiente nivel de los negocios.”

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