
Una historia incómoda sobre construir marca personal sin volverse influencer.
Columna por Mario Elsner
El 28 de febrero de 2020 NO renuncié a mi trabajo, tampoco quemé barcos. Lo que hice fue algo más complejo, y quizás más incómodo: construí un puente.
Mientras seguía dirigiendo operaciones en una multinacional, decidí dar un paso paralelo. No se trataba de dejar atrás mi carrera corporativa, sino de crear algo nuevo que la complementara. Una consultora boutique, especializada en acompañar a empresas medianas con un enfoque diferente: pensar como director, actuar como líder y ejecutar como emprendedor. Así nació Business Game Changers.
No lo hice por vanidad ni por aburrimiento, lo hice porque algo dentro de mí pedía avanzar. Tenía el deseo claro de convertirme en un empleado-emprendedor, un entrepreneur con iniciativa propia, sin tener que esperar a que alguien más me abriera el camino. Ya había ahorrado, ya había invertido, pero sabía que eso no era suficiente si quería construir algo con propósito y libertad. Quería aprender a hacer empresa sin dejar aún la estructura. Aprender de verdad lo que se siente cuando eres tú el que tiene que generar demanda.
Lo que no sabía era que, apenas unas semanas después, el mundo se detendría.
Llegó la pandemia. Nos encerraron. Las dinámicas laborales cambiaron. El mercado se congeló y la atención de todos —clientes, equipos, socios— se desplazó a las pantallas. Las decisiones se volvieron virtuales y las relaciones, también.
Y fue en ese contexto, justo cuando buscaba cómo sostener ese nuevo puente que había construido, que recibí uno de los consejos más incómodos y certeros que me han dado. Mi coach en ese momento, Forbes Riley, lo dijo sin rodeos:
—“Si quieres que te encuentren, primero tienen que verte. Y para eso, tienes que salir a redes. Empieza con una buena foto.”
No hablaba de selfies, sino de estudio, con fondo blanco, saco, postura firme. Fotos formales y públicas, que decían, sin decirlo: “estoy aquí, y esto es lo que represento”.
La sesión me costó más emocionalmente que económicamente. No por el fotógrafo., sino por mí. Porque nunca había sido alguien que se expusiera, y mucho menos así. Pero lo hice. Y esa noche, después de pensarlo mucho, subí una imagen a mi Facebook personal. La acompañé con un texto donde explicaba mi nuevo proyecto, mi visión de lo que quería aportar como consultor, y lo que significaba para mí dar ese paso.
Lo compartí también en un par de chats de amigos de toda la vida.
No pasaron ni diez minutos y los comentarios no fueron malintencionados, pero sí fueron hirientes, burlones, irónicos, disfrazados de humor. “¿Ahora das conferencias?”, “Te falta la frase motivacional”, “¿Y el curso de TikTok cuándo sale?”, “Motívame, coach”. Nada terrible, pero suficiente para cerrarme. Me salí de un grupo y cerré el teléfono. Me arrepentí.
No del negocio, del post y de haberme mostrado.
Y ahí aparecieron todos los miedos que nadie te enseña a reconocer, pero que todos los que quieren construir una marca personal conocen:
- ¿Y si nadie me lee?
- ¿Y si me leen… y se burlan?
- ¿Y si creen que me estoy vendiendo?
- ¿Y si piensan que ya me creo demasiado?
No tenía miedo a fallar, tenía miedo a incomodar, a no encajar en esa caja invisible que muchos esperan de ti: profesional, sí, pero discreto. Experto, pero silencioso. Ambicioso, pero sin decirlo en voz alta.
Pero el mercado no funciona así. Las oportunidades no llegan solo por lo que haces. Llegan por lo que comunicas. Por lo que la gente ve, por lo que recuerdan de ti, por las palabras con las que se quedan cuando no estás en la sala. Y si no te das permiso para ser visto, nadie sabrá que puedes ayudar.
Con el tiempo lo entendí.
Hoy, cinco años después, tengo más de 800,000 seguidores entre todas mis redes. Grabo uno de los podcasts de negocios más escuchados de México desde mi iPad. Escribo en revistas y periódicos especializados que antes solo leía. Estoy por lanzar mi segundo libro. Y lo más importante: acompaño a cientos de líderes, consultores y emprendedores que buscan mostrar su valor sin disfrazarse de nadie más.
¿Y todo eso por qué?
Por no haberme rendido después de la primera burla.
Por no haber borrado ese primer post.
Por haber entendido que tu historia —si la sabes contar— puede ser mucho más poderosa que cualquier título.